miércoles, 10 de septiembre de 2025

Cien años sin don Antonio Maura



Publicado en Esdiario, el 9 de septiembre de 2025

 

Cuentan las fuentes históricas que el 13 de diciembre de 1925, hacía don Antonio Maura un descanso en la acuarela que estaba pintando, para atender la convocatoria de su amigo el Conde de las Almenas. Era la hora del almuerzo. En un recodo de la escalera dijo:


  • Almenas. No veo nada.


Y cayó desplomado. Una placa, en el hoy destartalado, por el abandono, Canto del Pico, recuerda el lugar de su fallecimiento.


No veía. Aquel hombre al que se reconocía su asombrosa capacidad de adivinación del futuro de España, que dijera en el año 1924, que “la dictadura es la rampa que nos lleva derechamente a la casa del pueblo. A la caída de la dictadura, la monarquía intentará salvarse al fin para ser sustituida por una república de apariencia democrática en su nacimiento que evolucionará rápidamente hacia una república de tipo socialista, la actual será desbordada por otro de tipo comunista, salvo que Dios en sus altos designios tenga decretada la salvación de España“.


Terminaba ese día su vida un hombre justo, ese “vir bonus” Como le llamaba, con acierto, el que fuera también director de la RAE, Darío Villanueva. Hoy, que el proceso de beatificación de su hermano Miguel avanza en el Vaticano, conviene reivindicar el nombre de un español cuya pulcritud, unida a su transparencia (“Yo para gobernar sólo necesito luz y taquígrafos”, diría)-, y su efigie adornaban la publicidad de pastas de dientes o productos de limpieza, en un tiempo en el que no se cobraban royalties. En su vida privada también se pondría de manifiesto la rectitud del comportamiento, porque don Antonio se castigaba sin fumar su puro después de comer si en el examen de conciencia que practicaba todas las noches encontraba alguna tacha, o llegaba hasta a despedir a su director espiritual en el caso de que le encontrara demasiado flexible.


Han pasado cien años. Ya no hay hijos que nos ofrezcan testimonio de su vida. No están Gabriel, historiador; Miguel, ministro de la Gobernación en la república; Honorio, comediógrafo y diputado de Renovación Española, asesinado en Fuenterrabía en 1936.


Tampoco quedan los nietos, y el recuerdo que evocaran éstos, la manta que Jorge Semprún afirmaba que protegía los descansos de su abuelo; o Connie y Marichu de la Mora, hermanas tan diferentes, mujeres irrepetibles, que impactaron a las gentes que las frecuentaron.



Y vamos quedando pocos biznietos. Algunos se han ido, dejando de sí un desigual y singular recuerdo, como fuera el caso de Luisa Isabel Alvarez de Toledo, “la duquesa roja”; de Joaquín Romero Maura, historiador y financiero; de Ramiro Perez-Maura, diplomático y político; de Jaime Chávarri, cineasta o del empresario Alfonso Zunzunegui.


No quisiera caer en el presentismo, según el cual los fenómenos históricos se vinculan necesariamente con los actuales, pero sí considero imprescindible evocar en estos tiempos de mediocridad politica a los hombres que hicieron de su vida un modelo de ejemplaridad -un término tan utilizado hoy como carente de gentes en las que encarnarse-. Recordar a Maura y su recta conducta, a Cánovas y su capacidad de construir unas instituciones que duraron 47 años, a pesar de la crisis de 1898, a su estilo de no ejercer el monopolio del poder; a Sagasta y su integración como “viejo pastor” de las diversas  huestes liberales, desde el librecambista Moret hasta el proteccionista Gamazo; a Alvarez -don Melquíades- que pretendía la reforma de España hacia la democracia o, incluso, al mejor de los Indalecio Prieto cuando luchaba sin éxito contra los arrebatos leninistas de Largo Caballero.


La nostalgia de reivindicar a nuestros mejores, quizás porque en ellos también descubrimos la parte más positiva de nosotros mismos, seres humanos capaces de la mayor heroicidad, aunque a veces de la más torticera mezquindad. Hombres que, como hoy ocurre, forman como voluntarios, sin medios, en la lucha contra el fuego; como ayer los jóvenes avanzaban sobre la Dana de Valencia retirando el barro y los escombros.


Porque ya decía don Antonio que no es la debilidad la que provoca la desaparición de las naciones, sino su envilecimiento. Y siempre habrá un dos de mayo que contraste con cualquier fecha funesta de nuestra historia. Y la confianza de que a cada corrupto le corresponderá un juez que le persiga, a cada prevaricador su sentencia, a cada ladrón su castigo. Y a todos los que hacen de la mentira y la ocultación el basamento de su poder, el varapalo de la derrota electoral.


Cien años sin Maura son muchos, demasiados. Pero sigue existiendo una nación que, si bien parece dormida, se arma con palas, de cubos y mangueras para apagar un fuego que no sabe de discrepancias politicas ni de dirigentes que no merecen serlo. 


Y es cierto que la iniquidad de algunos empeora los problemas y retrocede su solución, pero existe siempre la buena gente que, enterrando los rescoldos del fuego, pretende sepultar, junto con ellos, a los que no cumplieron con su deber por evitarlo.


Y cien años después recordamos a un hombre que hizo cuanto estaba en su mano por prevenir ese gran incendio que poco después abrasaría, toda entera, a España.









         
































martes, 9 de septiembre de 2025

La mediocridad en la política española

Publicado en La Voz de Lázaro el 9 de septiembre de 2025

LA MEDIOCRIDAD EN LA POLÍTICA ESPAÑOLA

Cuenta José Ramón Millán en su biografía sobre Sagasta, Sagasta o el arte de hacer política, (2013), que el riojano de Torrecilla de Cameros fue número uno de su promoción como Ingeniero de Caminos y desarrolló además una importante labor en esa profesión antes de su dedicación a la política, por la que pasaría el llamado viejo Pastor a la historia por merecimiento propio.

Fue Sagasta una de las piezas fundamentales de la alternancia que presidieron tres monarcas, Alfonso XII, María Cristina de Austria -como Reina Regente- y Alfonso XIII, hasta la admisión por este último de la dictadura del general Primo de Rivera. Baluarte del sistema restauracionista presidido por la Constitución de 1876, su creador, Cánovas del Castillo, sería apodado como elMonstruo, y su amplia cultura le llevaría a escribir importantes obras históricas.

Otros líderes políticos les seguirían, habiendo obtenido ellos importantes éxitos en el ámbito profesional. Por citar dos ejemplos de hombres que se hicieron a sí mismos, esos self-made-men de que nos hablan los anglosajones, podría citar los casos de los reputados juristas que fueron Melquíades Alvarez y mi bisabuelo Antonio Maura

La relación de casos de excelencia entre los políticos en el ejercicio privado, ocuparía sin lugar a dudas un espacio que no se puede contener en una colaboración necesariamente breve como es ésta. Pero esa misma circunstancia se extendería también a muchos otros diputados de a pie, que no han merecido ser biografiados, pero que, no obstante, sostendrían con su trabajo la institución parlamentaria. A buena parte de ellos debemos reconocer la vibrante calidad de los debates en las Cortes, según aseveran los historiadores y demuestra su Diario de Sesiones.

Hoy en día no ocurre lo mismo. Es verdad que muchas opiniones endosan la culpa de ello al encorsetado reglamento, y no les falta razón. Pero no es éste el único motivo. El parlamento como oportunidad para el debate ha sido sustituido por un remedo circense, en el que las sesiones de control se han convertido en el escenario de una ramplona descalificación permanente, y las comisiones de investigación no sirven para aclarar nada, sino para que los medios se hagan eco de los vituperios y acusaciones de siempre. La recuperación del verdadero sentido de la palabra control referida al parlamento resulta necesaria y urgente, por más que se aventure ciertamente improbable. En cuanto a las llamadas comisiones de investigación se refiere, deberían simplemente cerrarse todas, y no disputarles a los jueces y a sus auxiliares -la policía judicial, los fiscales..- esta principal función.

La diferencia entre el parlamento que yo he conocido como diputado de Ciudadanos y el de la época arriba mencionada -por no referirme a la II República, con voces como las de Azaña, Prieto, Ortega…- resulta sencillamente abismal.

La calidad de las leyes constituye también otro de los supuestos de pérdida del prestigio parlamentario. Ya estábamos habituados -malacostumbrados- a los reales decretos llamados ómnibus, que a más de deteriorar el procedimiento legislativo que determina un debate ordenado y concienzudo, introduce en la misma norma cuestiones del más variado pelaje. Como en el refrán, la mezcla de las ovejas churras -que dan buena carne pero mala lana- con las merinas -que lo hacen a la inversa a las primeras- arroja una fusión perversa que, ni genera buena carne, ni produce lana de calidad. Y como el plano inclinado de la degradación es lo único que funciona, ahora se han inventado la tramitación, a iniciativa del grupo parlamentario que apoya al gobierno, de las proposiciones de ley que hurtan todos los controles previos previstos por los procedimientos.

Todo ello es producto de la de gestión de gentes que lideran gobiernos y grupos parlamentarios, integrados por políticos que se esfuerzan ahora en enmendar sus biografías. Líderes como el presidente Sánchez, autor de un supuesto plagio en su tesis doctoral, y de Patxi López, que no llegaría a concluir sus estudios universitarios. Claro que al PP tampoco le luce en exceso el pelo, Miguel Tellado, su secretario general, se licenció en Ciencias Políticas y presume de periodista, pero toda su actividad profesional se ha visto vinculada a la política. Hasta llegar a  la portavoz adjunta de este último grupo, Cayetana Álvarez de Toledo,   asociada como se sabe a un brillante currículum. es preciso descender unos cuantos escalones en la capacidad real de decisión en ese partido.

Son algunos ejemplos, pero la miscelánea es variada. Como le decía el director de su tesis doctoral a mi amigo Eloy García -hoy catedrático de Derecho Constitucional- cuando le mostraba la sede del parlamento italiano. “Retenga usted los nombres: Andreotti, Aldo Moro, Craxi, Berlinguer… el próximo parlamento será peor”.

Y en esa especie de maldición política estamos instalados. No sólo en Italia, Francia o Alemania, también entre nosotros. ¿O no recordamos, sin necesidad de remontarnos al periodo de la Restauración de 1876, la generosidad de buena parte de los mejores en los primeros tiempos de la transición española? Recordemos a Fernández Miranda, Oreja, Osorio, Oliart. García Díez, Fuentes Quintana… y comparemos este listado, apenas esbozado, con los que hoy integran el Consejo de Ministros.

Y es que la política ya no dispone de estrategas, ¡qué decir de hombres de estado!, sino de personas que parecen sólo atentos a sortear el dictamen de las encuestas y prolongar de esa manera su permanencia en el poder.

Y ese estado de cosas alienta también el populismo, que no es más meritocrático que el sistema que se creen llamados a sustituir, pero que a cambio arrumba de manera inevitable esas democracias, imperfectas sí, pero que conceden a los ciudadanos la posibilidad de desalojar del poder a unos mediocres para sustituirlos por otros.

domingo, 31 de agosto de 2025

El final del verano

 Se va. Otro verano más, cargado de recuerdos, de paisajes que por fortuna permanecen, pero no ocurre lo mismo con las personas que se han ido, con los amigos que no volverán.


Es el final del verano, como la canción que cantaban Manolo y Ramón. La interpretarían, por supuesto también en Sitges, en aquel concierto que sería seguramente el último que ofrecieron a un entregado público, cuando le dio un soponcio -a Manolo, creo-, pero continuarían cantando. Y toda esa noche la pasaría yo tatareando la historia de ese chico de pueblo y de la turista, y de un fugaz amor de verano. Es verdad, a lo mejor podía haber ocurrido de otra manera, pero da igual, las cosas se imaginan como a cada uno se le ocurre. Y las canciones no son de quienes las idearon, nos pertenecen a los que las hicimos nuestras, a los que las quisimos.


Es otro verano que se va. Y se diría que los recuerdos que valen de verdad son los de antaño. Las gentes que te rodearon, los cumpleaños que festejabas y que ya sólo evocas en una convocatoria con alguien que quizás un día, cuando todo esto pase, te vuelva a reunir con ellos.


Y también el amigo, que os eligió más allá del afecto que sin duda sentía por su dueña. Pero que esperaba inútilmente vuestro regreso sentado en el porche de vuestra casa. Y te lo encontraba moviendo la cola cuando, nada más llegar, abrías la puerta del coche. Y pasaba tus vacaciones pegado a vosotros, tan independiente como fiel, al igual que son los de su especie.


Partirás, Y no es que no te quieras marchar. Tu ciudad, tu casa en ella, tus amigos, tus actividades… todo eso se presenta con una carga positiva que no ignoras. Pero no quieres que caigan las hojas del calendario de las estaciones, aunque no puedas evitarlo. Una temporada más, un año más, unas paladas de nostalgia, de tristeza, de abatimiento… tierra que se aprieta sobre una vida que mide ya mucho más por detrás que por delante.


Y por supuesto que deberías aferrarte a lo que tienes, valorar con gratitud la gente que te rodea y que te quiere, a pesar de todos los pesares, de tus pesares, de tus pesadeces. Pero te cuesta trabajo. Y podrías también mirar en la dirección de la gente que sufre más, pero sabes que esa es una competición imposible. Nadie se siente peor. Las vacas son siempre de los otros, son las penas las que nos pertenecen.


Y preparas las maletas de regreso, que se hacen  con más facilidad que las de la partida hacia las vacaciones. Estas últimas contienen siempre el material de los sueños y de las esperanzas, las primeras -las del regreso- se han llenado de adioses y remembranzas, de ésas que están fabricadas de ingravidez y de fantasmas. Y el recuerdo no ocupa espacio en el equipaje, sólo en el alma. 


Se acaba el verano, y tú partirás. Volverás a tu ciudad, volverás por suerte acompañado y querido. Y harás el esfuerzo, ayudado por el cariño, por la rutina, por el bullicio de la gran ciudad, sus ruidos y sus gentes. 


Pero no podrás olvidar a quienes estuvieron algún día contigo. Los que han ganado un lugar que no desaparecerá en tu recuerdo. Ésos a quienes convocas a un reencuentro que te parece imposible, aunque te gustaría pensar que pueda resulta cierto. Y por eso, todas las tardes de los veintisiete de agosto le pides a la Señora que, en el caso de que exista allá arriba, te permita verlos de nuevo. Y dices sus nombres, y evocas sus gestos y te invaden, una vez más, las imágenes y los recuerdos, en ésos que apenas son las últimas horas de tu verano.


Y seguirás agotando temporadas que pasan, hojas del calendario que caen, desvaneciéndote en ellas poco a poco, consciente de que algún día, no sabes cuándo, tú mismo serás sólo una evocación qur se irá, poco a poco, desvaneciendo para los que se queden por aquí.


miércoles, 20 de agosto de 2025

El posible incremento de la carrera nuclear


EL POSIBLE INCREMENTO DE LA CARRERA NUCLEAR

La errática manera en que está actuando el presidente Trump en el inicio de su segundo mandato genera dudas más qué comprensibles entre sus socios respecto del comportamiento que pueda adoptar su administración, no sólo respecto de los aranceles que las empresas deberán afrontar en sus exportaciones a los Estados Unidos, sino también acerca de si la comprometida protección norteamericana se llevaría a efecto en el caso de que su seguridad se vea puesta en peligro. Ni que decir tiene que, en lo relativo a sus políticas domésticas, la perplejidad constituye también motivo constante de asombro y preocupación.

A efectos de este comentario interesa conocer el alcance de esas dudas. En concreto, si la necesidad de una protección adecuada podría llevar a los países más cercanos a los escenarios más amenazadores a dotarse de armas nucleares. Y la pregunta surge de manera inevitable, ¿nos encontramos en presencia de un supuesto de esas características?

En efecto, ni Corea del Sur ni Polonia -por poner dos ejemplos de dos situaciones geopolíticas diferentes-cuentan con la seguridad de que disponían en los viejos tiempos en los que el muro de Berlín se erigía como la construcción real del evocador telón de acero al que se refería Churchill. Alemania, que ha conseguido levantar el permanente veto determinado por la Constitución a su endeudamiento, basado en el nefasto recuerdo de la hiperinflación del periodo de entreguerras, también se plantea ahora la posibilidad de poner en marcha un programa de armamento nuclear..

Sobre la desconfianza respecto de nuestro antiguo aliado sobrevuelan otras posibles alternativas respecto de la protección del paraguas nuclear.  En realidad no lo son. No cabe que Francia o el Reino Unido puedan competir con las 5.000 cabezas nucleares de que dispone Rusia. Además de eso, si no estamos convencidos de la solidaridad de los Estados Unidos en caso de agresión, ¿por qué motivo lo vamos a estar respecto de Francia o el Reino Unido, que disponen de ese armamento para su defensa propia?

En realidad, el ámbito de protección es muy diferente. Si lo que pretendemos es construir una fuerza disuasoria a escala europea, una eventual dotación de armamento nuclear por parte de Polonia o Alemania no protegería, por ejemplo, a Finlandia o a Suecia. Y si se trata de crear una disuasión nuclear europea, la pregunta sería -además de muchas otras-: ¿a quién le entregamos el maletín con el botón que activa la disuasión nuclear? La respuesta, también inevitable, es que por el momento no hemos alcanzado el nivel de integración europea que unifique semejante decisión.

En todo caso, sabemos que la cuestión remite a formular un salto cualitativo que abre la posibilidad de unas consecuencias imprevisibles, porque cuantos más países dispongan de armamento nuclear el peligro que comporta su mal uso aumenta también, y el mundo, lejos de resultar un espacio más seguro, contendrá más riesgos que los actuales. Más aún si observamos el deslizamiento hacia partidos radicales que se viene advirtiendo en las sociedades que aún comparten el modelo de la democracia liberal.

El círculo virtuoso es difícil también que se vuelva a recomponer para los socios europeos, y que los Estados Unidos regresen a su posición anterior a Trump. Un presidente norteamericano distinto del actual, ya sea republicano o demócrata, es más que complicado que modifique de manera radical su enfoque. Se trata -como ha afirmado el profesor Ignacio Molina- de un ciclo histórico, el de la protección y la preocupación por lo que ocurre en Europa, que ya ha sido superado.

Nos encontramos, en efecto, en medio de un ciclo histórico superado, ése que decía que los europeos podíamos disfrutar del paraguas norteamericano sin apenas pagar un precio por él. En la cultura de ese país ha quedado ya asentada la idea por la que los europeos son ya países adultos y deben protegerse a ellos mismos.

Observando a Trump nos damos también cuenta de que su cosmovisión parte de una referencia propia. El MAGA no hace favores a terceros, sólo piensa en sí mismo. Pero eso no significa tampoco una novedad. Ya desde Adam Smith (La riqueza de las naciones, 1776), se había documentado la idea de que no es a la generosidad del panadero a la que debemos el pan nuestro de cada día, sino a su interés por vendérnoslo.

Lo más inquietante, sin embargo, no es el interés. Después de todo, el comercio internacional reside precisamente en un interés… mutuo. Lo que nos debe preocupar por encima de todo es que el MAGA significa un retorno a los tiempos previos a la segunda guerra mundial y a la estructura de reglas que, siquiera de manera imprecisa, establecían criterios y procedimientos para resolver los conflictos que pudieran acaecer.

El mundo de la selva, la imposición del más fuerte… lo que en todo caso seguía presente en nuestras vivencias cotidianas, apenas atemperadas por un barniz de civilización que se desprendía con facilidad por pequeña tiempo que fuera la presión. Hoy se presenta de nuevo de manera descarnada y agresiva. Y quienes pretenden medirse con él piensan que conviene estar preparados… y armados.

Una realidad inquietante, desde luego.

jueves, 14 de agosto de 2025

¿Es usted Jorge Semprún?



Joaquín Romero se quedaría perplejo. “¿Es usted Jorge Semprún?”, le preguntaría un joven empleado en una librería de cómics a la que el madrileño de adopción acudía cuando quería hacerse con alguno de aquellos tebeos antiguos, remasterizados como las películas de antaño, reeditados por lo tanto, rescatados del olvido, o de las nuevas novelas gráficas que, con desigual pericia, narraban las historias de los personajes que un día fueron -Marcel Proust, su constante Céleste Albaret, Franco… y, ¿por qué no?, Jorge Semprún.


Alguno de ustedes se extrañará de lo que les cuento. Porque, ¿qué tiene que ver Jorge Semprún con una librería de cómic? Pues tiene que ver que un biógrafo del escritor y político se aliaba con un dibujante y escribían ambos un relato gráfico, en blanco y negro, de ese personaje.


Y Joaquín Romero se empeñaba en la porfía de adquirir el libro. Ya había tenido lugar su presentación, a cargo del ex presidente del gobierno, Felipe González, que en su día eligió al referido escritor como su ministro de Cultura.


Es un buen momento para comprarlo, se dijo a sí mismo Romero. Y aprovechando uno de sus paseos vespertinos se acercaría a la glorieta de Bilbao, en cuyos aledaños se encontraba la librería. Después de echar una ojeada por entre las figuras -estatuettes- de Tintín que había dispuestas en una vitrina del establecimiento -otra de las aficiones que tenía Joaquín, las figuras de los personajes debidas a Hergé- se dirigía al breve mostrador, donde un joven consultaba alguna incidencia de su trabajo en el ordenador.


Romero le preguntaría acerca del libro. El muchacho decía no saber nada. Romero afirmaba que se había presentado hacía ya un par de semanas. El empleado consultaba en su ordenador. En efecto, había sido publicado. “¡Gran hallazgo!”, pensaría Joaquín, “eso ya lo sabía yo…”. “¿Quiere que se lo encargue?”.


Lo quería. En unos cuatro días lo tendrá usted, le comunicaba el empleado, de modo que Joaquín Romero planificaba su segunda visita al establecimiento en el plazo de una semana. Llegado el día, se acercaba de nuevo a la glorieta. Entraba en la tienda. Observaba que no había novedad alguna en cuanto a las figuras de Tintín y volvía a preguntar sobre el libro. No había novedad, tampoco. No lo habían recibido…


Lo que fue una sorpresa siete días antes se transformaría ahora en una cierta contrariedad. ¿Cómo puede ser? Y el joven empleado le decía que insistiría, a la vez que le entregaba una tarjeta de la librería. “Para que no tenga usted que molestarse en volver por aquí”, le dijo. 


Y al tomar nota de nuevo de la petición seria cuando el librero formulaba la cuestión.


“¿Es usted Jorge Semprún?” 


Estaba claro que el joven había confundido el nombre del biografiado y el del peticionario. Y Romero bien pudiera pensar que, para los chicos que tenían la edad del empleado, no existía ya memoria acerca de los gobiernos de Felipe González, y que Semprún no resultaba para él un novelista conocido, enterrado el muchacho entre ejemplares de Mortadelo y Filemón, Lucky Luke o los más vanguardistas cómics de la época.


En lugar de pensar en eso, sin embargo, Joaquín Romero regresaba a los vertiginosos años de su juventud, cuando asistía a las misas de los sábados a las nueve de la noche, en las que rasgueaban las guitarras y las canciones sonaban con aires modernos. Eucaristías que se celebraban en una parroquia bilbaina a cuyos organizadores -Romero entre ellos- había catalogado la policía del franquismo tardío como “filo-comunistas”. Recordaba Romero cómo uno de los compañeros de su grupo le espetaba. “No me gusta el nombre de Joaquín…” y éste le indicaba muy rápidamente. “Llámame Jorge, entonces”.


Es cierto que Romero podría haberse negado en redondo a esa posibilidad. Incluso a obligar, en mera reciprocidad, a Santi -que así se hacía llamar su interlocutor, cuando en realidad se llamaba Santos- a que se llamara a sí mismo de una tercera manera, o de una segunda y media -en realidad, entre Santos y Santi iba mucha menos distancia que entre Joaquín y Jorge-. Pero no, Romero aceptaría la imposición y se adjudicaría a sí mismo el agua purificadora del bautismo de guerra de un alias que le venía como llovida del cielo de los sueños revolucionarios para aquella nueva aventura romántica que él estaba dando comienzo.


Y con el alias de Jorge viajaban también los recuerdos del primo de su padre, de su tía Susana que desplegaba la bandera republicana el 14 de abril de 1931, de José María -Pepe- Semprún, su marido, abogado de la derecha republicana; de la resistencia de Jorge, su largo viaje a Buchenwald y su estancia en ese campo de concentración…


El campo de Buchenwald sería también para este nuevo Jorge redivivo un motivo de. estudio. ¿Qué ocurrió allí? ¿Qué hizo Jorge Semprún, afiliado al partido comunista, amparado por su red protectora? ¿Qué objetivos presidía su actuación en el campo, él, conocedor del alemán, colaborador por lo tanto en alguna medida de los designios de sus carceleros? En resumen, ¿a cuántos comunistas protegió y a cuántos no comunistas, vale decir, judíos, gitanos o demás presos, enviaba en su lugar a la cámara de gas? ¿Se trataba para el joven Semprún de un juego de suma cero, un hijo de Israel por un hijo de la revolución, nada más?


No se sabe bien, nadie ha aportado luces a esas sombras. Pero Jorge-Joaquín Romero elegiría ese nombre. Y es cierto que aún no conocía él de la historia de Semprún, ni se habían escrito sus biografías, tampoco el cómic. 


“Viviré con su nombre, morirá con el mío”, había escrito Semprún. Y Joaquín viviría con ese nombre su tiempo de actividad pre-revolucionaria, que moriría cuando recuperaba el suyo propio. Llegaría entonces el momento de experimentar nuevas aventuras políticas -ya no religiosas- que le esperaban en sus años universitarios.


Todavía Franco aguantaba en el Pardo, y los estudiantes hacían cábalas sobre el futuro revolucionario de España en los años siguientes… pero, una vez más, muchos confundieron sus deseos con las realidades.


Pero esa es ya otra historia.